domingo, 18 de marzo de 2007

SEIS DÍAS +1.

lunes

Llegó a las 6:47 a.m. un día de verano. Nadie lo esperaba en la estación. Quién lo iba a esperar. No conocía a los parientes cercanos que tenía en la capital. Tampoco amigos. Martín Gómez era un extraño en la Gran Ciudad, un sureño de clase media, un joven estudiante de 24 años que aún vivía con su madre.

Buscó en su bolsillo la tarjetita que le entregara doña Eulalia antes de partir desde Punta Arenas.

-Es una pensión digna y limpia, Martín. Te van a cuidar bien.

-Gracias, doña Eula.

A la salida de la estación de buses los taxistas se abalanzaron sobre nuestro héroe como urracas al maíz. Se decidió por un viejito de bigote bien cuidado que limpiaba silbando su taxi con un sucio trapo.

-Qué raro... hace frío hoy día, ¿no cree, joven?

-El frío no me molesta.

-¿De adónde viene?

-Punta Arenas.

-Ah, linda ciudad, harto frío, ¿no?, un cuñado mío se fue para allá a trabajar en un campo. Volvió al mes con lo que tenía puesto. ¿Usted viene a buscar trabajo?

-No, vengo a un funeral.

Pagó al taxista la sospechosa suma de 3500 pesos por un viaje que duró menos de diez minutos. El viejito se despidió alegre. Martín miró con curiosidad la calle céntrica en la que se encontraba. Frente a él estaba la pensión, “doña Juana”. Salieron dos borrachos abrazados a dos mujeres reconociblemente prostitutas. Una pensión digna y limpia. Este funeral, pensó Martín, va a ser toda una aventura.

Doña Juana era enana. Usaba unos zapatos de tacón alto que la inclinaban como la torre de Pisa.

-Esta pensión, te habrá dicho la Eulalia, es refinada y no cualquier antro, jovencito, así que nada de fiestecitas o cosas raras, yo sé cómo se portan ustedes hoy en día, ¿consumes drogas?

-No.

-Lástima. Tengo un pensionado que vende una buena marihuana. Bueno, como te decía...

A las nueve Martín tomó una micro que lo dejó en Macul con Irarrázaval. Según las indicaciones de doña Juana, debía caminar hacia la Cordillera hasta toparse con la Plaza Ñuñoa. Tranquilamente, comenzó la caminata.

En la plaza, por esas cosas del destino, Martín se topó con dos delincuentes. Le dieron un fuerte golpe en la nuca y le robaron su reloj digital Casio y cinco lucas. El resto de la plata la había dejado en la pensión. Su madre, Anita Ríos, le había repetido hasta el cansancio que “Santiago es malo como tu padre”.

Aturdido, Martín quedó tirado en el piso unos minutos. En ese corto lapso de tiempo tuvo serias alucinaciones. La imagen de los locales se encendía y apagaba; los colores vibraban; escuchaba las voces lejanas de sus conocidos.

Un mendigo lo ayudó a levantarse. Lo condujo hasta un teléfono público y dejó que Martín se afirmara en él. Luego, lo dejó solo. Nuestro héroe seguía medio tonto por el golpe.

El teléfono sonó tres veces. Martín sin saber bien qué hacía, contestó.

-¿Aló?

-¿Martín?

-Eh... ¿Sí? ¿Con quién hablo?

-Soy tu padre, Martín.

-¿Mi padre? Mi padre está muerto. Mañana es su funeral.

-¿He dicho acaso que no estoy muerto? Escucha...

-No haga bromas de mal gusto.

-Puta el cabro porfiado. Te digo que soy tu padre. Pregúntame algo.

-Mhmmm... ¿cuándo es el cumpleaños de mi madre?

-12 de enero, nacida en Iquique el año 1950, y tu cumpleaños es el 24 de enero, nacido en Punta Arenas, criado y crecido allá. ¿Bien?

-¿De dónde me llamas, papá?

-No sé bien dónde estoy. Lo que sí sé es que tienen teléfono. Es como en la cárcel, pero distinto.

-Ah.

-Ahora escucha, hijo mío. Sé que no te pude dar todo lo que tendría que haber dado. Pero todavía te puedo ayudar.

-¿Cómo es eso? ¡Estás muerto, papá!

-Ese es el punto. Antes de quedar bien muerto, te voy a dejar un gran regalo. Seis números que cambiarán tu vida.

-¿Números? Papá, ¿te pegan en el cielo?

-¡No seas ridículo! ¿Crees que tu padre, que está recién muerto, está loco?

-No...

-Seis números, Martín, que te dejarán ser libres por el resto de tu vida.

-¿Y qué hago con seis números?

-¿Eres tonto? ¿Qué crees que se puede hacer con seis números...?

La comunicación se cortó. Martín quedó escuchando un rato el tú-tú-tú, colgó y cayó nuevamente desmayado.

El asunto del teléfono le quedó dando vueltas. A quién no.

A las 10:38 a.m. tocó el timbre. Nadie respondía. Tocó de nuevo. La familia Gómez en Santiago, el hermano de su padre, lo había llamado a Punta Arenas para avisarle el deceso de su padre.

-Está muerto.

-¿Quién?

-Tu viejo. Le dio un ataque y estiró la pata.

La familia Gómez, compuesta por Antonio (padre), Elsa Poblete (madre), Ignacio (hijo mayor) y Pablito miraban con desconfianza a este pariente sureño que llegaba en plena mañana a la casa. Estaban sentados alrededor de la mesa tomando desayuno. Ignacio y Pablito estaban de vacaciones. El padre estaba cesante. La madre era una dedicada ama de casa. Ignacio era un año menor que Martín. Le preguntaron lo usual, “¿estudias?”, “¿y tu madre?”, bla, bla. Poco a poco Martín le fue cayendo bien a la familia Gómez. Lo invitaron a quedarse en la casa.

El funeral sería el miércoles. Martín aceptó la invitación. La pensión de doña Juana no era precisamente para vivir más de dos días.

-Asi que te vas, niño.

-Sí, el hermano de mi padre me invitó quedarme en su casa.

-Qué bueno es tener familia... malo para mí, que pierdo un cliente. ¿Seguro no quieres marihuana?

-Ahora que lo dice, mi primo quiere comprar.

-¡Aleluya! La marihuana hace bien, niño, te pone idiota y así no te portas mal.

-Como usted diga...

-¿Cinco?

-¿Cinco?

-¿Eres un loro, niño? Te pregunto si quieres cinco.

-Cinco...

El número resaltó tanto en la cabeza de Martín que lo anotó con el BIC de doña Juana en su mano.


martes

A las ocho ya estaba en pie nuestro héroe. Recorrió la casa. En el living estaban las típicas fotos familiares: la graduación del colegio de Ignacio, las primeras comuniones, vacaciones en tal y tal parte, una foto de su padre con su tío en algún rincón del vasto sur sosteniendo un gigantesco pescado.

A las diez Ignacio se topó con Martín sentado en el sillón leyendo un libro de Asimov.

-¿Por qué duermes tan poco, huevón?

-No sé, debe ser que en Punta Arenas me gusta aprovechar el día.

-Hagamos eso, entonces. ¿Te tinca dar una vuelta por esta asquerosa ciudad? Igual no la conoces.

-Por mí, bacán.

A las once se subieron a la camioneta doble cabina. A las 11:15 estaban volados como piojos.

-No fumas mucho, parece.

-Ejem... no, de hecho, ésta debe ser la tercera vez que lo hago.

-¡Dios mío, estoy corrompiendo a un primo desconocido!

Pasaron a buscar a Natalia Ríos, la eterna polola de Ignacio. Muy caballero, Martín le cedió el asiento del copiloto a la hermosa muchacha.

-Ya estás como piojo... Hola, soy Natalia, ¿tú?

-Yo soy Martín, primo del piojo... de Ignacio.

Debemos adelantar que la muchacha era para Martín un agradable descubrimiento. Le recordaba su amorío con una argentina que duró algo más de tres meses.

Lo pasearon por todas partes. Ignacio quería distraer a Martín antes del funeral. Natalia se portaba muy, pero muy atenta. Almorzaron en el mercado, subieron por Apoquindo, “éste es el cochino Mapocho, esta es la Estación Central, este es Bellavista...”

Al atardecer detuvieron el ajetreo del día y se fumaron (los tres) un buen porro en el mirador de la pirámide. Sonrisas y risas, Martín les caía muy bien.

-Yo estuve en Punta Arenas.

-¿Cuándo?

-A los nueve.

-A los nueve...

Que Natalia hubiese estado en Punta Arenas lo alegraba internamente como a un cabro chico. Martín se memorizó el número hasta que pudo anotarlo junto al cinco (5,9...).

En la noche la familia Gómez invitó a cenar a Natalia.

-Bueno, Natalia, ¿cuándo se casan?

-Pablito, no preguntes tonteras.

-Pero si yo los he escuchado en la cama...

-¡Pablito!

Después de cenar Martín tuvo una corta charla con su tío acerca del padre muerto. Martín quiso saber acerca de él, qué hacía, si se acordaba de su familia.

-¿Usted cree que los muertos desaparecen o quedan dando vueltas?

-Los muertos, Martín, siempre vuelven, ya sea para obligarnos a recordarlos o para que los olvidemos.

Martín esa noche soñó con el llamado telefónico de su padre.



miércoles: el funeral

A las 11 caminaba nuestro héroe detrás del carruaje en el Cementerio General. Había poca gente. Además de la familia Gómez y Natalia, unos cuántos amigos de trabajo.

Uno de ellos apartó a Martín para hablarle.

-Eras su único hijo, ¿verdad?

-Sí, señor.

-¿Sabes a qué se dedicaba tu viejo?

-Ni idea.

-Tu viejo traía homeopatía.

-Ah...

-Pero también otras cosas...

El cortejo fúnebre se detuvo y la charla quedó en el aire. El padre dijo un par de palabras y todos para la casa.

Los Gómez no sabían muy bien qué hacer para levantar el ánimo de este nuevo pariente.

Después de almuerzo el tío le preguntó a nuestro héroe si quería conocer la casa de su padre, pero Martín desistió, diciendo que “nada de valor puedo traer, porque nada conozco de mi padre que valga la pena”.

Ignacio y Pablito acompañaron al padre a sacar algunas cosas del departamento del padre de Martín. Natalia y la madre se quedaron acompañándolo.

Martín quiso ir a dar una vuelta. Natalia lo acompañó.

-¿Me crees si te digo que mi viejo me llamó por teléfono?

-Te creo, ¿por qué no?

-Podrías pensar que estoy loco.

-Eso lo tengo claro.

-¿Estás enamorada de Ignacio?

-¿Enamorada? Llevamos tres años.

-Eso no significa nada.

Los Gómez regresaron con un par de muebles y un revólver del año treinta cargado. A Pablito se le soltó un tiro jugando con el arma que reventó la tele. Esa noche Pablito se quedó sin postre.

El padre comenzó a tomar. Una fuerte discusión hubo entre la madre y el tío. Martín conversó con su tía, quien le dio íntimos detalles de su vida desde que el tío estaba cesante.

Ignacio y Natalia salieron solos esa noche. Supuso Martín que querían “privacidad”. Aprovechó la noche para hablar con Pablito.

-¿Tú crees que se quieren?

-No sé, mi hermano de repente anda con otras minas.

-¿En serio?

-Los niños no mentimos.

-Sí, claro.

a las 23 estaba nuestro héroe acostado. El número en el reloj despertador brilló por un instante. Anotó. (5,9,11...)



falta:


jueves
viernes
sábado
domingo

2002.

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