domingo, 18 de marzo de 2007

Pensamiento nocturno: Cine, Teoría del perro y el para qué del arte.

Consideremos por un momento que la teoría que dice “el planeta es un organismo conciente” es aceptada como verdadera, razonable: o sea, real.

La sobrevivencia -la lucha entre lo que está vivo y la constante amenaza de la muerte- provoca en todo organismo una adaptación al ambiente y, por supuesto, entre los organismos que conviven en el.

Una relación de mutuos beneficios que ejemplifica esta natural estructuración es aquella entre el ser humano y el perro.

Imaginemos al hombre primario y primitivo rodeando una fogata en los inicios de su “control” respecto del fuego. Es de noche y un animal cazado en la madrugada es asado por el jefe de la tribu. El circulo de luz de la fogata es el límite con la penumbra. Entre las sombras, las figuras de voraces depredadores acechan. Entre ellos se encuentra el lobo salvaje. Por azar –sin determinación alguna, puesto que el hombre vive el presente, sobrevive, y no tiene noción del tiempo histórico, es decir, no guarda el concepto del “ser”- un integrante del grupo arroja un trozo de carne. El lobo al principio desconfía. Pero luego come. Entiende que existe una recompensa por cuidar del hombre. Surge entonces un contrato que mejora las posibilidades de sobrevivencia de ambas especies. Es una relación entre conciencias de distintos niveles de capacidad racional: uno evolucionará hasta la abstracción de su propia esencia mediante el pensamiento y el otro se adaptará a esta evolución dejándose domesticar hasta llegar al grado en que pueda mantener una estable vinculación con las “nuevas” habilidades mentales del primero. Tenemos al hombre y “su mejor amigo”, el perro.

La Naturaleza, considerada una entidad conciente de sí misma, un mundo que se sabe mundo, se encadena al hombre a través de la razón: el ser humano conoce, estudia y comprende a la Naturaleza, la cual permite convertir al hombre en un animal capacitado para adaptarse a cualquier ambiente. La sobrevivencia del hombre se da gracias a la Naturaleza. La Naturaleza se entrelaza con el hombre. En el hombre entonces radica el Todo.

El arte, expresión sublime del constante devenir del hombre, de aquel constituirse de la nada a cada instante, podría considerarse el diálogo de la vida con la Vida misma. La Naturaleza se aprecia desde los ojos del artista, que es ser humano, que es el Todo, y en consecuencia, todos los hombres. Pero a su vez la razón del hombre es un prisma: aquello que lo ilumina se descompone en distintas energías de una misma materia. Y emerge el juego del arte, el de reconstruir y combinar los elementos que constituyen la Unidad. La creación –el acto de crear en el arte- proviene de la intuición que mantenemos acerca de la interdependencia entre la Naturaleza y lo humano. Aunque no siempre es equilibrada o respetuosa. Bien sabemos que el hombre destruye, pero la Vida sabe que debe sobrevivir y, por tanto, nunca se aniquila a sí misma. Porque la Vida es el Todo así como el hombre.

El arte, la capacidad de proyectar lo que somos en la Naturaleza, es el vínculo que nos mantiene despiertos en la búsqueda de satisfacer el anhelo de descubrir el enlace raíz entre nuestra existencia y la presencia inquietante del mundo. Es la sobrevivencia de nuestra memoria y del presente: es la esperanza de un futuro.

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