lunes, 12 de marzo de 2007

Justicia divina.

Qué quieres que te diga. Él empezó la pelea, yo sólo le seguí la corriente. Ahí estaba yo tratando de zafarme de ese inútil orangután, un enorme gamberro, Dios, pero fue tan fácil darle dos fuertes golpes en plena cara. Cayó al suelo como un pedazo de concreto, desmayado. Muerto. De qué quieres que pida disculpas, a quién, dos suaves golpes y el descerebrado se me muere de un infarto, en medio del bar, qué marica, no se te puede ir el alma en medio de una pelea, los nockout espirituales no valen. Además el hijo de puta comenzó con el alboroto, yo me tomaba unas cervezas con el demente del Cíclope, el hermano tuerto de mi ex esposa, me estaba proponiendo un negocio de unos caracoles, y llega este tipo, borracho como cuba, empujando a todo el mundo. Gritaba mi nombre. Y yo estoy con mi botella de cerveza en la mano pensando, dónde puedo conocer yo a este imbécil, y llega, se planta en frente y me saca la madre. Entonces exploto, porque un desconocido lo único que te puede decir o preguntar es tu nombre, lo que nunca puede hacer es insultarte, es como si de pronto te mordiera un perro en un callejón. Le di con la botella en la cara, se inclinó, tiré la botella y empuñé la mano. Al primer golpe se fue al suelo y ya no se levantó. No se levantó. Le dio un puto infarto.
¿Me escuchas?

Tienes que venir a sacarme.
No me voy a ir preso por culpa de un débil y mal perdedor.

¿Me entiendes?

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