lunes, 12 de marzo de 2007

El Prozac de la Patria.

A los diez años, Gabriel Mirnó tuvo su primer encuentro con un profesional de la salud mental. Lo había llevado la madre, preocupada porque Gabriel todos los días se quejaba de dolores de cabeza y dormía siestas de dos o tres horas, sin saber (cómo podría conocer el secreto), que Gabriel simplemente lo pasaba mal en la sala de clases. Se aburría. No le encontraba sentido a las materias que los profesores con tiza blanca garabateaban en la pizarra. Gabriel, a los diez años, prefería leer La Hojarasca o un episodio de Sherlock Holmes.

-Hola Gabriel, soy Elena. Y soy psicóloga.
-Hola, señora Elena y psicóloga.

El padre de Gabriel no se cansaba en repetirle que debía, sin excepción, tratar a todos los desconocidos de “Usted”. ¿Aunque sea sólo un año mayor?, le preguntó Gabriel, No, si es sólo un año mayor no es un adulto, lo puedes tratar de tú, le respondió el padre, confundiendo por unos meses al pobre de Gabriel, que calculaba que a los treinta, cuando fuera viejo, aún seguiría siendo un niño si seguía la enseñanza del padre al pie de la letra.

-Gabriel, tu mamá me dice que te duele la cabeza todos los días. A ver, cuéntame un poco.

Gabriel no se sentía nervioso ante la presencia de Elena Psicóloga, señora de gruesos lentes, greñas canosas y tiesas, una peluca de alambres repartidas por el cráneo, todo adornado con una sonrisa plástica, artificial, que supuso era para darle a entender que entre las cuatro paredes de la consulta estaba protegido. La verdad es que no le veía el sentido de hablar con ella y su aspecto de profesora de música folclórica, pero tampoco quería que la madre se preocupara o hacerle perder el tiempo, así que decidió seguirle el juego a la señora Elena Psicóloga.

-Me duele, sí.
-¿Mucho?
-No sé si mucho. Duele. ¿A usted le duele la cabeza alguna vez?
-A todos nos duele alguna vez.
-¿Mucho?
-Puede ser. Bien, pero son tus dolores de cabeza los que nos interesan. ¿Dónde te duele exactamente?
-Detrás de los ojos.

Elena Psicóloga anotó algo en un cuadernito, momento que Gabriel aprovechó para recorrer con la mirada la consulta: juguetes, dibujos, una ventana con vista a la plaza cruzando la calle, una jaula con canarios.

-¿Te gustan los canarios? –preguntó Elena. Gabriel se asustó.
-Me gustan. Pero libres.
-Los canarios no pueden andar libres.
-¿Y dónde estaban antes de estar en esa jaula?
-En una jaula más grande, con otros canarios.
-¿Y los otros canarios? ¿Dónde estaban antes?

Elena Psicóloga sonrió. Él tuvo el temor de haber hecho algo indebido, como romper la ley del padre acerca del Usted.

Camino a casa, la madre también sonreía. Elena le había dicho que el problema con Gabriel es que era muy “receptivo”. ¿Cómo así?, preguntó la madre. Pues que Gabriel piensa y siente mucho, le respondió Elena, Ese es su único problema, tiene que ayudarle a que crezca teniendo en cuenta que siempre será especial.

-¿Me fue mal, mamá?
-No, mi amor, estás bien, muy bien, los dolores son sólo por ahora.

Gabriel pudo entonces sonreír tranquilo. Bajó la ventanilla y el viento de verano desordenó su peinado. Esperó a que la madre lo obligara a subir la ventana, “con lo que cuesta peinarte”. Pasaron los segundos y nada. En un semáforo en rojo Gabriel vio a dos canarios picoteándose entre ellos muy paraditos sobre un cable de corriente eléctrica.

Gabriel despierta en mitad de la noche. Soñó que tenía diez, que volvía a la consulta de la psicóloga, con su madre sonriente. Dieciocho años atrás. Toda una vida.

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